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Tesoros cotidianos

Sobre el pan con queso

Este fin de semana (quizás influenciada por una ingesta al borde de lo insalubre de pan con queso) pensé mucho en los tesoros cotidianos.

Poets have been mysteriously silent on the subject of cheese”G. K. Chesterton

Son esos productos geniales que, por tener un precio bajo de mercado o una especie ubicuidad, hemos normalizado al punto de que nos parecen una cosita de nada. Fácilmente los intercambiaríamos por otros productos que parecen más exclusivos, más de moda, que nos parecen más ricos, más sanos, distintos (estoy pensando en ustedes, adoradas paltas con huevo, entrañables pistachos con chocolate). Pero nuestros tesoros cotidianos permanecen ahí, ocultos a la mano, listos para recordarnos que somos afortunados: pienso en la mermelada, pienso en el maní, pienso en el pan con queso. 

Es una idea que tengo inevitablemente asociada a la comida, en parte porque cuando se come, el tesoro hace de la sorpresa una aparición física sobre el cuerpo: los ojos se abren o se cierran un segundo, los brazos se extienden o se relajan los hombros, la conversación se detiene o se dice “Mmm”. Como si no solo fuera el placer de comer algo rico, sino también el placer de encontrarse con un viejo amigo y descubrir que las cosas no han cambiado entre nosotros. 

Pero también pienso en comida cuando pienso en tesoros cotidianos porque la primera vez que me señalaron su existencia, fue con una mermelada. Lore, mi amiga, es fanática de la mermelada, cualquier mermelada. Y, como buena hincha de un equipo que ha tenido años mejores, se enfurece por la falta de reconocimiento.

Merendar con Lore es un festín: porque es una de las conversadoras más interesantes que conozco, porque tomamos café con leche y comemos tostadas con dulce, porque me dice cosas como “la mermelada es un manjar” o  que la mermelada, es un invento para tener fruta en invierno, que la humanidad hace dulce hace mucho tiempo, que al principio debía ser un objeto de lujo, una comida de reyes me imagino, y ahora todos podemos comer dulce, es una cosa barata y la tenemos a menos. 

Entonces el domingo, volviendo de un fin de semana en Tandil con Bianca, otra amiga, atrapadas en la lentitud que nos propuso la Riccheri, comimos pan con queso y pensamos en ese fantástico tesoro que, sin tostar ni derretir, sin más que un pedazo de pan y un pedazo de queso (rico, de ser posible, pero si es mediocre también se disfruta), le da a una tanta sensación de bonanza y alegría.  

Porque cuando una está en un viaje largo en auto empieza a sentir que esa cápsula y todo lo que hay adentro es lo único con lo que contamos para llevar adelante la vida, la conversación al principio giró sobre las cosas que sabíamos (ciertas o no) sobre el tema. Que sus bondades nutricionales (¿sabías que en las carreras de varios día te ofrecen en las postas, entre otras cosas, pan y queso?), que los métodos de producción (¿vos viste alguna vez cómo es el cuajo? Y la posterior descripción, porque es muy importante no despegar los ojos de la ruta), su sencillez y potencia. 

Para ambas, el pan con queso parecía un alimento medieval. A mí, por este video (gran canal si tienen, como esta servidora, problemas de sueño), que le dedica un rato largo a cómo el pan y el queso medieval no eran como hoy, y que probablemente nos hubiera matado comerlo. Bian, porque había estado viendo este otro sobre arquitectura y formas de habitar en castillos medievales, que se detenía en un momento en los alimentos. 

(Me permito esta disgresión porque este texto —como una buena conversación de ruta— tendrá infinitos caminos que se abran. Parte del viaje de vuelta fue dedicado a intentar descular, sin googlear, cuál era la diferencia entre castillo y palacio. Finalmente lo buscamos: los castillos son medievales y son fortalezas donde podía vivir gente. Los palacios son viviendas lujosas de aristócratas y reyes. Decir castillos medievales en el párrafo anterior parecería ser redundante).  

Pero pensándolo un rato (recuerde, querido lector, que la autopista caminaba a la altura de Ezeiza) creímos que no, que si bien probablemente fuera una comida medieval, un almuerzo, no debía ser una comida pavota como pensamos ahora. Que el queso quizás fuera un producto caro. Y ahí empezamos a googlear o mejor dicho, a merodear por Reddit. 

Así, en ese canal precioso que es /AskHistorians (porque no todo es AltRight en ese subsuelo que se parece al viejo internet) descubrimos que el pan muy duro muchas veces se usaba como plato, para sostener otros alimentos, que el jornal de un tejedor de techos podría haber comprado alrededor de tres kilos de queso, que al queso fresco le decían “queso verde” (aunque no fuera, como nuestro queso verde, con pesto). 

Quizás haya en esos alimentos que nos parecen de todos los días, un tesoro más grande que el del sabor en boca: quizás haya en ellos una historia de su consumo guardada, que nos permita viajar en el tiempo, pensar en esos otros con los que compartimos especie, que vivieron hace tanto, pero que también comían pan con queso cuando salían al camino.  

Hablando de alegrías cotidianas, aprovecho para contarles que con Dylan vamos a volver a dar taller de poesía. Esta vez lo armamos en un formato de tres meses. La idea es investigar qué es un poema, para ganar herramientas para escribir, y llegar a enero recontra cancheros con lo de hacer poemas y enamorar a su amor de verano. Si andaban con ganas de escribir, los esperamos ❤️ 

Acá van a encontrar más información, pero cualquier consulta me responden este correo y les cuento más.

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