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Pasan cosas que antes no pasaban

Telegrafía sin hilos, Manuel Maples Arce

En 1923, El Universal Ilustrado, de México, organizó junto a La Casa del Radio lo que iba a ser la primera transmisión comercial del país. Convocan a un guitarrista que toca Chopin, a un pianista que toca un valsecito propio y a Celia Montalván para que cante. Y también (¿por qué no?) invitan a un poeta. Manuel Maples Arce, un estridentista (los mexicanos son bárbaros nombrando sus movimientos literarios), para que escriba un poema sobre la radio. 

¿Sobre la radio? ¿Y será que puedo probarla antes, como para ver cómo funciona? 

¡Faltaba más! Y le dieron unos auriculares, le explicaron cuál era la perilla del volumen y con cuál podía sintonizar otras frecuencias, y cualquier cosita que necesite me avisa, que yo me quedo acá en el cuartito de al lado.  

Y el tipo escucha: 

T. S. H.

Sobre el despeñadero nocturno del silencio
las estrellas arrojan sus programas,
y en el audión inverso del ensueño,
se pierden las palabras
olvidadas.

T. S. H.

de los pasos
hundidos
en la sombra
vacía de los jardines.

El reloj
de la luna mercurial
ha labrado la hora a los cuatro horizontes.

La soledad
es un balcón
abierto hacia la noche.

¿En dónde estará el nido
de esta canción mecánica?
Las antenas insomnes del recuerdo
recogen los mensajes
inalámbricos
de algún adiós deshilachado.

Mujeres naufragadas
que equivocaron las direcciones
trasatlánticas;
y las voces
de auxilio
como flores
estallan en los hilos
de los pentagramas
internacionales.

El corazón
me ahoga en la distancia.

Ahora es el «Jazz-Band»
de Nueva York;
son los puertos sincrónicos
florecidos de vicio
y la propulsión de los motores.

Manicomio de Hertz, de Marconi, de Edison!

El cerebro fonético baraja
la perspectiva accidental
de los idiomas.
Hallo!

Una estrella de oro
ha caído en el mar.

Hay otras historias que cuentan lo mismo: ese grupo de humanos que vio por primera vez una película, y salió corriendo por el miedo al tren que venía. O esta escena en Mad Men de silencio total mientras esperamos todos el aterrizaje en la luna. Historias que cuentan no sólo cómo es vivir algo por primera vez, sino cómo es vivir por primera vez algo que nunca nadie había vivido. Hay cosas que antes no pasaban y, ahora, pasan. Y no hay literatura sobre cómo enfrentarlo. 

Campbell dice, cito de memoria porque lo leí en un celular que me robaron y ahí fueron todos mis subrayados, que un héroe es aquel que no sigue el mito. Pero no por porfiado, sino porque se enfrenta a una línea vital o narrativa nueva, que nunca nadie ha explorado y que le toca a él la titánica tarea de atravesar la selva oscura, para averiguar qué hay del otro lado. Para crear, con su historia, el mito. Para decir “hay cosas que antes no pasaban y ahora pasan”. 

Para Campbell uno de los problemas del presente (lo decía para su presente, que era 1988, pero funciona también para el presente de este newsletter que es 2025) es que los cambios, esas cosas que antes no pasaban y ahora pasan, ocurren demasiado rápido como para que podamos sintetizarlas, convertirlas en mito.  

Internet es una de esas cosas que antes no pasaban y ahora pasan. La ANI (Artificial Narrow Intelligence, es decir inteligencias artificiales que pueden realizar tareas específicas, el estadío de la IA en el que estamos hoy) es una de esas cosas que antes no pasaban y ahora pasan. Ambas, no solo en su potencial sino en el uso diario que le damos fueron ciencia ficción de la más loca hace 80 años (sí, incluso los videos de gatitos o preguntarle a una ANI conversacional qué decirle a tu jefa para pedirle un aumento de sueldo). Pero hoy las damos por hecho. 

Internet tuvo un poco más de maravilla, porque tuvo, al principio, algo de ese gesto colectivo. Le pregunté a mi papá si se acordaba de sus primeros usos de Internet y recordaba un mail que había mandado desde una terminal IBM, no se acuerda a quién se lo mandó, porque le estaban mostrando cómo eran los mails. 

Las ANI conversacionales, son, en cambio, una experiencia casi exclusivamente individual, no solo porque en general uno chatea con ella sin testigos, sino porque la experiencia se personaliza. Mi experiencia de conversación con Chat GPT no es igual a la de otros, porque la IA funciona un poco como espejo de la curiosidad de cada humano. Tuvo sus momentos de sorpresa cuando la socializamos (como cuando nos dibujamos como Ghibli y lo mostramos en redes), pero rápidamente vuelve a la esfera de lo íntimo. Andamos todos con la incertidumbre o la angustia de los héroes, pero sin poder convertir nuestra experiencia personal en algo que compartir con otros, para hacer más liviano el camino de los que vengan después. 

Hay algo muy humano en hacer que pasen cosas, en el invento. Y también hay algo muy humano en el acostumbramiento a lo maravilloso del mundo. En la primera temporada de The Last of Us, Ellie y Joel van caminando y ven un avión estrellado. Elli le pregunta a Joel si había volado en uno de esos y cuando Joel le dice que sí, ella le dice “que afortunado”. Pero él no se sentía así en el momento en el que estaba atrapado en uno de los asientos del medio y había pagado 12 dólares por un sanguchito. “Flaco, llegaste a andar por el cielo” le dice Ellie, poniendo sobre la conversación el retroceso que implica un desastre del tamaño de una invasión zombie. “Flaco, había cosas que antes pasaban y ahora no pasan”. 

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