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¿Hay alguien ahí?
Sobre el silencio que nos devuelve el universo
Es difícil imaginar el silencio total. Vivimos en un tiempo particularmente ruidoso, en ciudades ruidosas y tendemos a llenar todo de sonido. Pero incluso si abandonáramos nuestros hábitos y nos mudáramos al campo, si nuestro vecino en lugar de estar en el piso de arriba estuviera a 15 hectáreas, si no tuviéramos animales, si no convivieramos con otros. Incluso si. Vivimos en un mundo ruidoso.
John Cage, el compositor, estaba obsesionado con entender qué era el ruido y qué era el silencio. Tiene la mejor definición de ruido que leí: cualquier sonido al que no queramos prestarle atención. Así, Prokofiev puede convertirse en ruido si está sonando demasiado fuerte en un bar en el que queremos levantarnos a alguien, y la alarma de un auto puede convertirse en un hit bailable.
Cage es el autor de 4’33’’, una obra que hoy parece un poco pavota, pero porque la vemos siempre grabada. En las grabaciones, vemos el sonido que hacen otros escuchando 4’33’’, es decir la obra deja de ser un espejo del sonido que generamos nosotros como parte de la audiencia (incluso cuando estamos intentando evitar hacer ruido, por respeto) y pasa a ser un montón de ruiditos grabados, ruiditos de otros en una sala en silencio.
No me voy a hacer la posmoderna: a mi 4’33’’ me pone nerviosa. Probablemente hubiera sido uno de los espectadores que miran de izquierda a derecha o le susurran a su acompañante «che, ¿va a hacer algo?». Pero lo que él piensa, las ideas que ronda, me interesan más que sus obras. Cage empezó a trabajar sobre 4’33’ después de una visita a una cámara anecoica para escuchar el silencio. Lo que descubrió es que, cuando todo el ruido externo se silenciaba, aparecía un sonido grave (su sangre recorriendo el cuerpo), y un sonido agudo (su sistema nervioso). Conclusión: no hay silencio. Somos una especie ruidosa.
Y como especie ruidosa, estamos desesperados por encontrar con quiénes conversar. Mandamos sondas al espacio, New Horizons, Perseverance, las Voyager. Grabamos The sounds of earth con la esperanza de que alguien allá afuera lo escuche a tiempo y nos mande un saludo.

Cámara anecoica de Microsoft
Están hechos de carne, el cuento de Terry Bisson, es un diálogo entre dos extraterrestres cuya misión es «contactar, dar la bienvenida y registrar todas y cada una de las razas conscientes o entidades múltiples de este cuadrante del Universo, sin prejuicio, miedo o favor». Pero el problema es que se encuentran con nosotros, y les genera espanto que estemos hechos de carne, «¡carne pensante! ¡carne consciente! Carne que ama. Carne que sueña». Evalúan los extraterrestres horrorizados si cumplir con su tarea o hacerle caso al asco y destruir todos los archivos que hablan de la Tierra.
Evalúan y deciden negarlo todo. A otra cosa, a la siguiente especie: un núcleo de hidrógeno de inteligencia grupal. Ellos tienen más suerte, van a recibir contacto porque «imagine cuán insufrible, cuán inalterablemente frío debe parecer el Universo si uno se encuentra solo».
Hace unas semanas, mi papá me contó que había estado escuchando a un terraplanista (los gustos en vida). Dice mi padre: «Decía que "el sistema" (esa construcción paranoica hippie) nos quiere humillados. Por eso inventan que el universo es enorme, que la tierra es una piedra en la nada y que es muy antigua (ahí entra la negación de los dinosaurios). Lo único que no es estúpido es la angustia que tratan de resolver».
Es a esa angustia a la que respondemos cuando mandamos nuestras sondas. Es a esa angustia a la que reaccionan los terraplanistas. El tamaño del universo es monstruoso y su antigüedad es desesperante. La idea de que el azar que nos hizo una especie consciente sea tan singular que no se replicó, al menos por los lugares del espacio a los que podemos llegar, es desoladora.
Por eso, dentro de las Voyager mandamos un disco que grabamos en oro y que tiene, entre otras cosas, saludos. Saludos que le dicen al gran silencio que escuchamos desde Arecibo:
“A todos los que existen en el universo, saludos”. “Hola a todos. Estamos felices aquí, sean felices allá”. “Saludos de un ser humano de la Tierra. Por favor, contacten”. “Queridos amigos, les deseo lo mejor”. “Saludos a nuestros amigos en las estrellas. Que el tiempo nos una”. “¿Cómo están todos? Deseamos mucho conocerlos, si tienen tiempo vengan a visitarnos, por favor”.
Repetimos, como el loro que narra El gran silencio, de Ted Chiang, con la esperanza de que esos extraterrestres no se horroricen y se den cuenta de que podemos comunicarnos con ellos. Repetimos “Tú sé buena. Te amo”.
Cumplo con el aviso parroquial de la semana: quedan unos lugares en el taller de poesía que vamos a dar con Dylan Resnik en Suerte Maldita. El taller dura solo tres meses (nada de andar cargando a diciembre con más deberes) y funciona como un laboratorio de poemas: investigamos cómo resolvieron otros para tomar esas herramientas. Escribimos y leemos mucho. Acá van a encontrar más información, pero cualquier consulta me responden este correo y les cuento más.
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