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Aburrirse es de tontos

La palabra con "A"

En la casa de mi abuela estaba prohibido aburrirse. “Estoy la palabra con A” decíamos, y mi abuela nos daba problemas de matemática para hacer, o algún ejercicio de ese tipo que dejaba en claro que once a maestra rural, always a maestra rural.

Decía mi abuela que aburrirse es de tontos. “Los inteligentes se ponen a hacer algo, o leen, o si no pueden sentarse y pensar”. Para mi abuela aburrirse era más un estado del enchinche, del caprichito mental, que una situación externa en la que una se encontraba. 

Vengo pensando bastante en el aburrimiento últimamente. Creo que no soy solo yo. Me cruzo bastante seguido, en mis doomscrolling procrastinadores en Twitter, o en los reels de Instagram, con gente diciendo “no estás cansado, lo que necesitás es aburrirte” o “Dios, estoy harto de que pasen cosas, quiero aburrirme un poco”. 

En esas ventanas digitales a otras formas de lo humano aparece además la sensación del cansancio como síntoma de época. No voy a ponerme acá a analizar la sociedad del cansancio porque 1) No me verán a mí en esta o en mil vidas hablar bien de alguien que escribe tan feo como Byung-Chul Han y  2) me parece una queja muy pedorra al presente (y reproduce automáticamente en mi cerebro este twit). Pero hay algo interesante en que aparezcan juntas. Y hay algo más interesante todavía en que pareciera que los gurús del buen vivir y todas esas sectas disfrazadas de lujo están diciendo que el antídoto para ese cansancio generalizado es aburrirse. 

Al principio me parecía una idea equivocada. ¡Yo casi nunca me aburro, y no creo andar necesitando un hilo de twitter para ser feliz! Es que si seguimos la idea de mi abuela, hoy aburrirse es más de tontos que nunca. Si tenés internet, ¿cómo te vas a aburrir? 

Arranquemos por el lugar en el que empieza el pensamiento, la etimología. Gracias a un googleo veloz (y quizás mentiroso, latinistas de la sala pueden responder este correo),  aburrirse viene de abhorrere: ab-, sin; -horrere, temblar o asustarse. Lo que aburre es lo que no produce un sobresalto, lo que no nos emociona (como con el genio de la lámpara, nunca aclaramos si nos emocionará para bien o para mal).  

El aburrimiento es una sensación incómoda. Es un estado en el que no nos interesa ni el mundo exterior ni el interior, en el que sentimos que nada de lo que existe puede llamarnos la atención. Y es, sobre todo, darnos demasiada importancia  (¿qué sería, sino, pensar que una, que el malestar de una, es más grande que todo el universo?). 

Entonces: aburrirse es perder contacto con el mundo, porque lo que vemos no nos sorprende. Sin embargo, el aburrimiento es muy activo en nuestro cuerpo: el cerebro baja solamente un 5% su actividad cuando nos aburrimos, e incluso se ve más actividad en las zonas que se ocupan de guardar recuerdos autobiográficos, entender los sentimientos de otros y evocar sucesos hipotéticos, es decir, imaginar (esto seguro lo dice un paper, pero yo lo escuché en este video precioso).  

Fogwill decía lo mismo cuando contaba que descubrió el “condicional imposible”, pagariola, que es un tiempo verbal argentino. Ahí cuenta: “(...)esos descubrimientos son producto de largas horas de ocio. El otro día mientras caminaba por el puente que cruza Figueroa Alcorta inventé un cubo que explicaba todo, ahora lo estoy escribiendo, pero me está costando un huevo reconstruirlo. Es un cubo con tres ejes que sirve para clasificar la literatura. Volví contentísimo a mi casa con mi cubo”. 

No es novedad que estamos hiperestimulados. Que leemos twitter mientras hacemos caca o escuchamos un stream mientras nos bañamos y vemos reels hasta que se nos cierran los ojos. No es novedad que los tiktoks tienen gente hablando mientras muestran dos pantallas porque, si no, no logran retener atención. No es novedad que somos mamíferos y necesitamos dormir y tener momentos de silencio para procesar los aprendizajes del día. 

Hablar mal de las redes sociales es un lugar común y pelearse con ellas es como enojarse porque llueve. No me interesa pensar en eso porque nos tranquiliza mientras seguimos scrolleando, en lugar de permitirnos tomar agencia y seguir con el problema. Somos adultos y ser adulto es tomar tus propias decisiones, aunque sean malas, y hacerse responsable de ellas. Y si la mala decisión es secarnos el cerebro con pantallas, quién es una para juzgar. Pero también ser adulto es poder decir Twitter es bárbaro, me ha dado unos amigos espectaculares, pero no pasa nada si esta media hora que tengo en la sala de espera del odontólogo me quedó así, sin ver nada más que el cuadro de Molina Campos que está colgado en la pared, aburrido.  

Necesitamos aburrirnos. Necesitamos sentirnos incómodos con estar aburridos. Necesito que aparezca en mi cerebro la voz de mi abuela diciendo “solo los tontos se aburren” y dictándome tareas de adulta que se parecen tanto a esas tareas infantiles: leer, hacer ejercicios de escritura, caminar, llamar a un amiguito para hablar un rato, imaginar historias, jugar con masa y hacer un pan. Necesitamos aburrirnos para darnos cuenta de que la vida puede ser más. Finalmente, aburrirse no es otra cosa que dejar espacio para que se nos ocurran ideas para dejar de estar aburridos. 

Cada uno puede elegir su forma de aburrirse: meditar, correr en silencio, anotarse en una caminata de 12 horas, mirar por la ventana, ir a una guardia médica, sentarse en una reposera a ver qué trae nuestro cerebro para entrenernos. Lo importante, sea quieto o en movimiento, parece ser siempre no llevar con nosotros ningún estímulo más que lo que nuestra mente tenga para ofrecernos. Como decía mi abuela: los inteligentes pueden sentarse y pensar.

Quería contarles también que ahora tengo una web preciosa donde está casi todo lo que alguna vez hice y casi todo lo que habitualmente hago, al menos en relación a la escritura. Gracias por leer, si necesitan algo o tienen ganas de charlar, me responden este correo y me alegran la semana.

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